jueves, 2 de agosto de 2012

El patizambo


El patizambo


 Si hay algo que destacaría de El Patizambo, es su ternura, no puedo deshacerme de ella cuando contemplo esta imagen y el muchacho se queda clavado en mi memoria. Me convierto en un ser baboso, afectado y conmovido. Odio encontrarme así, pienso que muestro mi debilidad, mi transparencia, mi sensibilidad. En cambio eso es lo que adoro de ella: su capacidad para apasionarse, para emocionarse con este tipo de cosas: con la belleza, con el arte. Supongo que esta forma de ver la cosas vienen dada por mi educación, no obstante, soy capaz de apreciar la grandeza de la obra de Ribera, quien tan maravillosamente nos descubre la beldad de una persona aparentemente FEA, ahí reside la magia  y el encanto de esa pintura. El Patizambo se nos muestra de forma monumental por el punto de vista desde el que está tomada la imagen y  para mí, eso es lo más atrayente de esta obra, quizás porque yo también soy “un patizambo” y tengo necesidad  de ser reconocido, no consolado.

.ÉL.



            Pasas por el lugar donde hay más japoneses que en Tokio dejando atrás muchas obras maestras en la Gran Galería; al final, a la derecha, bajas unos escalones y allí, tal vez cuando cansada ya no esperas nada, te desarma su mirada, pues no sólo te ha cogido por sorpresa, sino que de inmediato te sientes inundada por una sensación de simpática compasión (sí, querido Él, son sinónimos y lo sé): desde sus ojos hasta tu corazón sube una marea de belleza que puede inundarte hasta hacer derramar lágrimas de alegría. Es una muestra evidente, una prueba: la dignidad no es un invento burgués; pero ¿en qué consiste ahí la dignidad? En lo netamente humano: una belleza transfigurada. “Dame limosna por el amor de Dios” pone en latín el cartelito que nuestro patizambo lleva en la mano (y que era la autorización imprescindible para pedir en Nápoles; podríamos imaginar un tráfico de cartelitos y quizás a Él le diera por pensar en la Mafia expidiendo autorizaciones).  Sin embargo, no está pidiendo, aunque es un por-Dios-ero. ¿Cómo puede serlo? Porque en su realidad dura nos entrega la gloria de Dios, su belleza. Ribera nos enseña a mirar mirándonos: ha puesto al descubierto el ser de lo real. El chiquillo es feliz y nada necesita fuera de nuestra mirada. Todos necesitamos la mirada del otro, pues mirar es reconocer el rostro. Él lo sabe perfectamente, porque su belleza hace presente una felicidad difícilmente expresable con palabras; pero yo, a diferencia de Él, necesito ser consolada, pues creo que todos llevamos abierta, pero oculta, la herida de nuestra finitud. El patizambo, como Él, me encanta porque me transfigura con su belleza.

.ELLA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario