viernes, 10 de agosto de 2012

Toulouse-Lautrec


Yvette Guilbert


El rostro me recuerda una máscara a punto de caer; las manos son demasiado grandes,  como las que esculpía Rodin. Parece una dama inglesa de la alta sociedad justo en el momento de su decadencia; pero hay algo en este esbozo.

            ¿El esfuerzo ha desfigurado el rostro y ella se rinde exhausta a los aplausos? Está sobre el escenario que el pintor ha hecho presente de manera magistral con unas pocas líneas paralelas. El suelo es de parqué; al fondo se perciben los pliegues del telón. Yvette, asomada al extremo del escenario, sobre el abismo del público, echa la cabeza hacia atrás dejando ver las sinuosidades de su cuello grácil, casi de cisne. El rubio del cabello, corto y recogido, el negro de las cejas y de esos ojos cerrados, el toque de rojo excesivo en los labios y el tono morado, quizás violeta, impregnan todo el rostro como si le faltase aire después del esfuerzo. Está rendida: los brazos—con un gesto de lasitud—lo dicen abiertamente.

            Es sólo una mujer, como yo; mas distinta. ¿Qué ha cantado? El esbozo no lo dice y sólo nos lo permite intuir en razón de los efectos, pues Yvette está cansada, interpretar esa canción le ha resultado agotador. Nunca se ha movido mucho por el escenario (lo dice a gritos su hermoso vestido), porque trabaja con su voz y con los gestos pausados que generan un espacio diferente en el escenario; pero hay marcas en su pecho y sobre la base de su cuello: está sudando. Sólo tiene veintiséis años, pero su presencia nos dice: gastarse merece la pena. Sin duda, ha sido una canción desgarradora: los amantes han soportado todos los obstáculos que la voz de Yvette ha ido modulando. Al final, él ha muerto en el frente, quizás en la desgraciada guerra con Prusia.

            El público, exaltado por el recuerdo de la humillación de Sedán, se ha puesto en pie para aplaudir enfervorecido, pues hasta en la derrota el amor vence. Ahora es Yvette la derrotada (de ahí su aparente vejez prematura) y se acerca casi inconsciente al océano de los aplausos. Está fuera de sí, enajenada. Por esta razón Toulouse-Lautrec ha elegido este instante, porque todo arte verdadero, aunque sea fugaz, nos eleva de la miseria real y, aunque no lo parezca, su triunfo llegará. Cualquier día.

.ELLA.

           
  
Hace unos años vivía solo en un piso de Córdoba y este dibujo formaba parte de mi tablón de “cosas bonitas”, era y es una fuente de inspiración. Yvette Guilbert fue una cantante francesa a la que Toulouse Lautrec retrató en varias ocasiones, este dibujo es el más impactante para mi. En la imagen Yvette representa lo que yo quiero ser, y no, no es que quiera convertirme en un transexual y dedicarme al mundo de la canción y el cabaret. Yo quiero ser como ella en ese gesto profundo y sincero, del trabajo bien hecho, del esfuerzo realizado y de la contemplación de la recompensa. Yvette parece estar diciendo: “no puedo más, lo he dado todo, estoy agotada, ahora recibo los resultados…” Quizás esa es una de las sensaciones que más me agrada sentir, supongo que por eso corro, para sentir mi cuerpo dolorido pero la mente sana y satisfecha, notar que has hecho bien tu trabajo gracias a tu dedicación y constancia; en ese soplo de vida como diría Idea Vilariño vives “un momento. Un momento en el centro del mundo”.

.ÉL.

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