Tormenta de nieve
Yo
nunca me he embarcado. Nunca he estado en el mar. Ella siempre me cuenta sus
veranos en los barcos, su deslumbramiento con el color del mar: una veces azul
inmenso, otras verde intenso y hasta gris desasosegante; como en esta imagen. A
mí siempre me ha dado miedo el mar: su violencia, su profundidad, su
inestabilidad; ella, en cambio, lo ama. Seguramente eso es lo que nos hace
sentir la misma atracción por esta obra de arte, nuestros puntos de vista
diferente. Coincidimos posiblemente en la admiración por el artista pero
nuestra debilidad ante esta maravilla también es diferente: atracción y pavor;
posiblemente por eso estamos juntos. Por eso y porque nuestros encuentros son
como esta imagen: verdaderas tormentas. Los sentimientos se desbocan y las
sensaciones se acumulan en cada centímetro de piel, como si estuviéramos en esa
misma tormenta, de la que no sabemos si saldremos vivos o
muertos. Nuestro amor es como una tormenta.
.ÉL.
Quizás
mi amor sea una tormenta, pero el suyo es como una brisa refrescante que llega
al atardecer desde la mar. Y esto sí nos diferencia, porque yo hablo de la mar
en femenino, quizás por la conozco, y él, en masculino. Aún no sabe nadar. He
oído decir que Turner se hizo atar al mástil de un barco para dibujar la
tormenta de nieve. Hubo otros pintores que lo hicieron también y durante una
época parece ser que la locura encantadora de algunos artistas los llevaba a
hacerse a la mar justo cuando empezaba la tormenta para captar sensaciones y
observar a la mar embravecida. Me
asombra que con una paleta de colores tan reducida Turner haya conseguido tal
variedad, pues los grises, maravillosos, parecen enroscarse para dar mayor
profundidad a la obra. Los dos toques de amarillo—más bien un dorado como el de
las piedras de París al atardecer—bastan para deslumbrar a cualquiera. Él sabe
que a Turner le gustaba jugar con los
colores y a veces hemos recordado juntos la deliciosa anécdota de la exposición
de 1832 en la Royal Academy. Es verdad: en los colores podemos percibir que ha
estado Turner y ha disparado un cañón. La violencia de esta tormenta de nieve,
con sus líneas rectas y sus afilados dientes, es una bella ilustración de la
existencia: estamos a merced de fuerzas que nos superan. Él lo ha dicho, pero
no me ha identificado con ese barco, casi a la deriva, perdida, a punto de
convertirse en un pecio, sacudido por la fuerza de su amor, de una terrible
belleza que conmueve. Son su amor y su belleza.
.ELLA.
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