jueves, 16 de agosto de 2012

Valdés Leal


In ictu oculi


Cuando era niño esta imagen me aterraba, siempre he sido muy aprensivo ante este tipo de imágenes. Con la edad y con el paso del tiempo (como en el cuadro) me ha dado cuenta del significado de esta pintura del Valdés Leal. “En un abrir y cerrar de ojos” la vida se nos escapa de las manos, por eso, hay que vivirla con intensidad; algo que me recuerda a Jorge Manrique y Coplas a la muerte de su padre : ”contemplando/como se pasa la vida/como se viene la muerte”.

El tiempo pasa inexorablemente y nos iguala a todos, otro mensaje que podemos observar en el lienzo con la muerte portadora de la guadaña y rodeada de todos los símbolos de los poderes terrenales, estos pierden todo su sentido al final de la vida. Por eso, paradójicamente la obra nos hace poner los pies sobre la tierra, cuando estamos más cerca de la muerte es cuando nos damos cuenta de qué es la vida verdaderamente. Por eso, olvidemos el miedo infantil porque allí “dónde está el peligro también está lo que nos salva”: LA VIDA.

.ÉL.


             ¿Todo es vanidad? Es lo que parece decir el lienzo de Valdés Leal al mirarlo por primera vez: coronas, mitras, tiaras, el toisón de oro, armaduras, obras, libros… todo está a los pies de la muerte, dominadora de todo, que se ha enseñoreado del mundo. La Parca apaga con su mano desencarnada la luz de la vida y su calavera, sorprendida en ese momento, nos mira desde las cuencas vacías de sus ojos abriendo esa boca tenebrosa. Parece que la muerte ha vencido: la guadaña ha sido su arma y el ataúd, la prueba de ese triunfo; pero ¿porqué un lienzo blanco envuelve al ataúd? Conozco la historia de la peste en la España del siglo XVII, pero me parecería chocante que el mensaje del lienzo fuese simplemente que la Muerte acaba con todas las vanidades.

            Hay algo más, sin duda. Y hoy se me ocurre pensar que es la luz, ausente del interior del lienzo, pero que llega desde el exterior y se refleja en los objetos bruñidos, en el blanco del lienzo, en la grisura de los huesos, en el marfil de los dientes. La muerte no porta ninguna luz, sino que la apaga. El sentido de la existencia, en este lenguaje rebuscadamente barroco, está en la luz que llega desde fuera del lienzo estando en el lienzo, es decir, más allá de la muerte. Quizás quiso Valdés Leal dejarnos este enigma a la vez que criticar ese afán tan masculino de reunir poderes y riquezas.  Tal vez por eso Él sintió miedo de pequeño ante esta pintura y por eso es probable—nunca me lo ha confesado—que su madre lo abrazase con cariño, pues el amor es más fuerte que la muerte: ¿dónde está, Muerte, tu victoria?

.ELLA.

viernes, 10 de agosto de 2012

Toulouse-Lautrec


Yvette Guilbert


El rostro me recuerda una máscara a punto de caer; las manos son demasiado grandes,  como las que esculpía Rodin. Parece una dama inglesa de la alta sociedad justo en el momento de su decadencia; pero hay algo en este esbozo.

            ¿El esfuerzo ha desfigurado el rostro y ella se rinde exhausta a los aplausos? Está sobre el escenario que el pintor ha hecho presente de manera magistral con unas pocas líneas paralelas. El suelo es de parqué; al fondo se perciben los pliegues del telón. Yvette, asomada al extremo del escenario, sobre el abismo del público, echa la cabeza hacia atrás dejando ver las sinuosidades de su cuello grácil, casi de cisne. El rubio del cabello, corto y recogido, el negro de las cejas y de esos ojos cerrados, el toque de rojo excesivo en los labios y el tono morado, quizás violeta, impregnan todo el rostro como si le faltase aire después del esfuerzo. Está rendida: los brazos—con un gesto de lasitud—lo dicen abiertamente.

            Es sólo una mujer, como yo; mas distinta. ¿Qué ha cantado? El esbozo no lo dice y sólo nos lo permite intuir en razón de los efectos, pues Yvette está cansada, interpretar esa canción le ha resultado agotador. Nunca se ha movido mucho por el escenario (lo dice a gritos su hermoso vestido), porque trabaja con su voz y con los gestos pausados que generan un espacio diferente en el escenario; pero hay marcas en su pecho y sobre la base de su cuello: está sudando. Sólo tiene veintiséis años, pero su presencia nos dice: gastarse merece la pena. Sin duda, ha sido una canción desgarradora: los amantes han soportado todos los obstáculos que la voz de Yvette ha ido modulando. Al final, él ha muerto en el frente, quizás en la desgraciada guerra con Prusia.

            El público, exaltado por el recuerdo de la humillación de Sedán, se ha puesto en pie para aplaudir enfervorecido, pues hasta en la derrota el amor vence. Ahora es Yvette la derrotada (de ahí su aparente vejez prematura) y se acerca casi inconsciente al océano de los aplausos. Está fuera de sí, enajenada. Por esta razón Toulouse-Lautrec ha elegido este instante, porque todo arte verdadero, aunque sea fugaz, nos eleva de la miseria real y, aunque no lo parezca, su triunfo llegará. Cualquier día.

.ELLA.

           
  
Hace unos años vivía solo en un piso de Córdoba y este dibujo formaba parte de mi tablón de “cosas bonitas”, era y es una fuente de inspiración. Yvette Guilbert fue una cantante francesa a la que Toulouse Lautrec retrató en varias ocasiones, este dibujo es el más impactante para mi. En la imagen Yvette representa lo que yo quiero ser, y no, no es que quiera convertirme en un transexual y dedicarme al mundo de la canción y el cabaret. Yo quiero ser como ella en ese gesto profundo y sincero, del trabajo bien hecho, del esfuerzo realizado y de la contemplación de la recompensa. Yvette parece estar diciendo: “no puedo más, lo he dado todo, estoy agotada, ahora recibo los resultados…” Quizás esa es una de las sensaciones que más me agrada sentir, supongo que por eso corro, para sentir mi cuerpo dolorido pero la mente sana y satisfecha, notar que has hecho bien tu trabajo gracias a tu dedicación y constancia; en ese soplo de vida como diría Idea Vilariño vives “un momento. Un momento en el centro del mundo”.

.ÉL.

jueves, 2 de agosto de 2012

El patizambo


El patizambo


 Si hay algo que destacaría de El Patizambo, es su ternura, no puedo deshacerme de ella cuando contemplo esta imagen y el muchacho se queda clavado en mi memoria. Me convierto en un ser baboso, afectado y conmovido. Odio encontrarme así, pienso que muestro mi debilidad, mi transparencia, mi sensibilidad. En cambio eso es lo que adoro de ella: su capacidad para apasionarse, para emocionarse con este tipo de cosas: con la belleza, con el arte. Supongo que esta forma de ver la cosas vienen dada por mi educación, no obstante, soy capaz de apreciar la grandeza de la obra de Ribera, quien tan maravillosamente nos descubre la beldad de una persona aparentemente FEA, ahí reside la magia  y el encanto de esa pintura. El Patizambo se nos muestra de forma monumental por el punto de vista desde el que está tomada la imagen y  para mí, eso es lo más atrayente de esta obra, quizás porque yo también soy “un patizambo” y tengo necesidad  de ser reconocido, no consolado.

.ÉL.



            Pasas por el lugar donde hay más japoneses que en Tokio dejando atrás muchas obras maestras en la Gran Galería; al final, a la derecha, bajas unos escalones y allí, tal vez cuando cansada ya no esperas nada, te desarma su mirada, pues no sólo te ha cogido por sorpresa, sino que de inmediato te sientes inundada por una sensación de simpática compasión (sí, querido Él, son sinónimos y lo sé): desde sus ojos hasta tu corazón sube una marea de belleza que puede inundarte hasta hacer derramar lágrimas de alegría. Es una muestra evidente, una prueba: la dignidad no es un invento burgués; pero ¿en qué consiste ahí la dignidad? En lo netamente humano: una belleza transfigurada. “Dame limosna por el amor de Dios” pone en latín el cartelito que nuestro patizambo lleva en la mano (y que era la autorización imprescindible para pedir en Nápoles; podríamos imaginar un tráfico de cartelitos y quizás a Él le diera por pensar en la Mafia expidiendo autorizaciones).  Sin embargo, no está pidiendo, aunque es un por-Dios-ero. ¿Cómo puede serlo? Porque en su realidad dura nos entrega la gloria de Dios, su belleza. Ribera nos enseña a mirar mirándonos: ha puesto al descubierto el ser de lo real. El chiquillo es feliz y nada necesita fuera de nuestra mirada. Todos necesitamos la mirada del otro, pues mirar es reconocer el rostro. Él lo sabe perfectamente, porque su belleza hace presente una felicidad difícilmente expresable con palabras; pero yo, a diferencia de Él, necesito ser consolada, pues creo que todos llevamos abierta, pero oculta, la herida de nuestra finitud. El patizambo, como Él, me encanta porque me transfigura con su belleza.

.ELLA.